Inventario de la ausencia
Exposición individual
La Trampa Gráfica Contemporánea
12 de abril - 10 de mayo de 2025
Ciudad de México
Sobre Inventario de la ausencia
Jorge Sosa es creador y docente artístico, nacido en la Ciudad de México, un sitio pródigo en relatos densamente poblados por la ficción y la realidad. Activo desde el comienzo del presente siglo, su obra se ha nutrido de ese caldo cotidiano que cualquier transeúnte, en su caminar atento o distraído, ha descubierto al alcance de la mano o al vuelo de pájaro mientras se recorren los ejes viales, se transbordan las líneas subterráneas del metro y se ascienden los medios cielos del cablebús. O sencillamente, mientras se espera el cambio del semáforo, se hace fila frente a una taquilla o se solicita atención médica en una clínica pública. Ahí, en ese cruce masivo y desordenado de gente, contextos y deseos, yace la materia prima con la cual trabaja Sosa. Lo contingente es su ámbito, un espacio simbólico con un potencial creador semejante a los 1485 kilómetros cuadrados que componen la metrópoli mexicana.
A partir de esta circunstancia surge el más reciente proyecto artístico y pedagógico de Jorge Sosa, “Inventario de la ausencia”. Compuesto a la manera de un álbum, integrado por postales que recuerdan lo mismo un hecho histórico que un evento escolar o familiar (entre las cuales hay fotografías tomadas por el artista y otras de terceros obsequiadas a él), y por relatos reconstruidos continua y colectivamente, este inventario de obras-documentos exhibe la discreta existencia de artistas, estudiantes, maestros, comerciantes, obreros, familiares y vecinos con quienes Sosa ha compartido su tiempo. En solitario o en compañía de su pareja, la artista Liliana Ramales; de su hijo, Emiliano, y de sus alumnos de la Escuela Vocacional número trece, Jorge transita la ciudad y con sencillas acciones como atender su entorno inmediato, conversar con conocidos y desconocidos, pepena calles, aulas, mercados, librerías, museos y periferias con el propósito de resignificar aquellas “personas, saberes y experiencias invisibilizados por los sistemas dominantes en la educación y la cultura”.
Frente a tal estado de las cosas, Jorge Sosa ejerce en el arte y en la docencia ciertas estrategias que confluyen en la posibilidad de actuar críticamente como individuo y en comunidad de distinta manera a lo hegemónico: la observación activa, la acción por implicación, la creación por concurrencia, el cambio por convencimiento y la escucha receptiva, entre otras acciones, que surgen de la necesidad del contexto y de la praxis del momento. Más que un autor, Jorge Sosa actúa como un editor de pequeñas crónicas visuales y escritas; a la vez es crítico y empático, la posición civil, pedagógica y creativa que adopta está en sincronía con los sucesos que le interesan: la contemplación del paisaje, la interculturalidad y el mestizaje, la convivencia comunitaria, los ritos sociales, los sistemas de educación, los movimientos estudiantil y obrero, la colonia Romero Rubio, los numerosos oficios en riesgo de desaparición, el palimpsesto arquitectónico en que coexisten el modernismo a la Bauhaus, la vieja y actual estatutaria oficialista y la presencia prehispánica, sin olvidar las expresiones artísticas amateurs que son relegadas a la condición de acto subversivo en las escuelas o del souvenir barato cuando se visita el Bosque de Chapultepec y la Alameda Central; un arte anónimo y desinteresado del medio profesional que “ni a artesanía llega”, dicho así, con la franqueza sin ambages que el sarcasmo favorece. ¿Cuándo se ha visto semejante manifestación en un museo o una galería de arte, o ya siquiera en un bazar en la Plaza del Ángel?
En consecuencia, Jorge Sosa presenta una condición del acto artístico y del ser artista muy distinta, aunque compartida con otros “orillados”, con otros “ausentes”, y se manifiesta en huelga contra la inercia del quehacer creativo superlativo, egocéntrico y desprendido de su pertenencia y pertinencia al tiempo y espacio en el que se origina. En correspondencia con aquella primera imagen con que arranca este proyecto y en la cual se aprecia a un hombre sentado en la cornisa de un local comercial a la salida de la estación del metro Tlatelolco, observando circunspecto la ciudad, la locución “a pesar de” estampada al calce de la misma expresa sin titubeos una acción en específico —y ninguna otra más—: resistencia.
Inventariar la ausencia es por tanto repasar aquellas personas, conocimientos y experiencias que han sido invisibilizados, negados o marginados; es, en definitiva, un acto de resignificación y desobediencia. Un acto aislado, si se quiere, pero no ausente, en que confluyen el autoconocimiento, la enseñanza compartida y la creación por libre elección.
Christian Barragán

Colaboración para la carpeta de estampas elaboradas en los talleres de La Trampa Gráfica Contemporánea.
Manita de chango
Christian Barragán
Junto a la palabra (nombrada o grabada), la imagen de las manos es una de las metáforas esenciales a través de la cual la humanidad ha expresado su propia capacidad y potencial creativo: “Las manos son la herramienta del alma” (Aristóteles), “la ventana de la mente” (Kant), “hacen lo que el corazón siente” (Goya). También han sido el oráculo que revela el valor de la existencia: “Dime qué han hecho tus manos y te diré quién eres”, según sentencia un proverbio árabe. En la quiromancia, las líneas de la mano se consideran un mapa del destino que entre sus huellas y pliegues cifra el mensaje de nuestro devenir. La tradición oral todavía preserva el dicho “Con las manos construimos nuestro destino”. En la mitología griega Edipo es un ejemplo clásico de esta condición. Desde su nacimiento, quedó marcado por la profecía que le auguraba matar a su padre y desposar a su madre. Una vez consumados estos actos, la verdad es revelada y la reacción de Edipo es consecuente: con sus manos se arranca los ojos, cegándose del horror cometido. Si antes sus manos ejecutaron la profecía, ahora ponen fin a su desgracia. Edipo intenta huir de su destino, pero cada acción que realiza (o mejor dicho, que ejecuta con sus manos), lo aproxima a su fatal desenlace. Mientras tanto, las manos continúan siendo el instrumento con el que se construye el destino; son igualmente la forma con la que se expresa la esencia del fatum en la tragedia humana, un recordatorio de que la voluntad es limitada. Ante la frecuente creencia de que todo pareciera estar al alcance de la mano, acontece contrariamente que algo siempre se nos escapa. Pese a ello, los estigmas en las manos de Jesús, san Francisco de Asís y Catalina de Siena relatan la trascendencia del plano terrenal y efímero de la vida; e incluso más, señalan la posibilidad de una unión mística: cuando a los veintiocho años Catalina recibió los estigmas de la crucifixión, los puntos sangrantes “se hicieron brillantes, transformando las heridas en luz” (Capua).
En la historia de las religiones suceden hechos similares alrededor del símbolo de la mano. En la iconografía cristiana, por ejemplo, se encuentra el gesto de la bendición, con el cual Cristo y su círculo de santos levantan la mano con dos o tres dedos extendidos en alusión a la Santísima Trinidad. En el hinduismo, Vishnu y Shiva son representados con múltiples manos, atributo de su poder para influir en el universo. La mano expresa energía y los diferentes mudras que se emplean en la meditación son considerados sellos sagrados en la comunicación interna entre la mente y el cuerpo. En el judaísmo y el islam existen, respectivamente, la Mano de Miriam y la Mano de Fátima, amuletos en forma de mano con cinco dedos usados para la protección. Cuando en el Génesis 1:26 leemos: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre ella” (Casiodoro de Reina), ¿se contempló que “varón y hembra” harían de esta tierra un mundo a imagen y semejanza de su propia mano?
Es sabido que con el pulgar oponible la humanidad ha podido tallar piedra sobre piedra y así ha obtenido un hacha, la esfinge de Giza y las pirámides del Sol y de la Luna; igualmente, es conocido que con el mismo ahínco, “frotando hueso contra hueso, hombre contra hombre, hambre contra hambre” (Paz) han surgido el fuego y la palabra. De ahí que la escritura sea semejante a señalar algo a brasa viva. Pero la mano precede al arte y a la escritura porque encierra en sí misma todos los lenguajes, en todas partes donde se posa deja su marca ineludible: “La mano enseña al ser humano a poseer la extensión, el peso, la densidad y el número. A la vez que crea un universo inédito, deja por todos lados su impronta. Se mide con la materia y la transforma, se mide con la forma y la transfigura. Educadora del ser humano, lo multiplica en el espacio y en el tiempo” (Focillon).
En el principio era el Verbo, después, cuantas cosas han sido creadas, existen en virtud de las manos de la mujer y el hombre. Desde las pinturas rupestres de Altamira y Lascaux, hasta la imprenta de Gutenberg y las máquinas capaces de pensar de Turing, cada herramienta ha sido inventada como una extensión del cuerpo humano, con una alta prominencia de las manos en su abundante versatilidad: del martillo que imita el golpe seco con el puño cerrado, a las pinzas que recrean la precisión de las falanges. La mano es proveedora de significantes y significados, el mundo entero no es más que una prótesis que extiende y perpetúa su fuero sobre éste mismo. Bajo el dominio del tacto es posible la transfiguración de los demás sentidos, y todavía más, con el lenguaje de señas las manos han sobrepasado su potencial a otras especies. Koko, Washoe y Chantek son algunos de los primates no humanos que han aprendido a comunicarse con el sistema lingüístico de las manos. Y aunque la mayoría de los cánidos, félidos, úrsidos, varios de los mamíferos carnívoros y muchas especies de anfibios cuentan con extremidades delanteras y traseras que podrían denominarse bajo el campo semántico de la mano, han sido los gorilas, orangutanes y chimpancés quienes más han experimentado con sus apéndices prensiles.
De acuerdo con el código moral chino del santai, que promueve el uso de los sentidos en la observación del mundo, son tres los monos sabios: Mizaru, Kikazaru e Iwazaru; cada uno de los cuales significan no ver, no oír y no decir. La enseñanza que desprende esta antigua leyenda se ha entendido tradicionalmente como no ver el mal, no escuchar el mal y no decir el mal. Al cerrar la boca colocando un dedo sobre ésta, habla la prudencia; al extender la mano con la palma hacia arriba, se proclama ayuda; y quien la recibe, confiere compasión. Saludar con la mano sobre el pecho, convierte la despedida en una promesa. Y cuando nos comprometemos con una causa, plasmamos nuestra firma, ese dibujo a mano alzada que como ningún otro retrato capta mejor el fundamento de lo que somos. En su viaje a Oriente, Michaux quedó sorprendido al percatarse que para comunicarse era necesario dibujar.
Cuántas sociedades y culturas milenarias han sido edificadas sobre la destreza de la pinza fina de los dedos sobre el pincel, capaz de liberar el poder expresivo de cualquier grafismo, aún el más sencillo. A Kandinsky le bastó el punto y la línea para compilar una fenomenología de la abstracción, sus pinturas, acuarelas, tintas y grabados poseen una fuerza de vital vigencia; a Henry Miller y el capitán Antoniou, compañeros de viaje en El coloso de Marusi, las fronteras de los lenguajes oral y escrito no les impidieron comunicarse con la plasticidad inagotable de las manos y explorar juntos el paisaje mediterráneo. Como ellos, Spock de Star Trek, otro viajero que traspasa otros confines, mostró que el saludo vulcano se hace con la mano extendida (y la palma hacia adelante con los dedos medio y anular separados) para transmitir un mensaje de "larga vida y prosperidad". Un guiño parecido a ése se emplea cotidianamente en todo el mundo para reconocer a la distancia la presencia del otro, quien responde alzando de la misma forma la mano, pactando así un acuerdo mutuo de respeto y convivencia. Asimismo, levantar por lo alto la mano nos permite incidir en la realidad compartida, en tanto que elevarla por debajo del rostro nos autoriza detener el ritmo de las cosas. En los mercados de pulgas y en las librerías de viejo se comercian objetos de segunda mano, artefactos y curiosidades de toda índole disponibles para una nueva oportunidad de uso y propósito, incluidos el hallazgo y la contemplación. En ese contexto, al negociar el precio de una compra, en la jerga urbana de la Ciudad de México es conocida una señal de la mano como “manita de chango”, distinta y de mayor valía que la “manita de koala”, para establecer rápidamente un nuevo contrato social validado por el choque de puños entre los interlocutores.























